GH Catorce: Miriam, yo quiero entenderte



Voy a hacer un poco de abogado del diablo y empezar este post reconociendo lo jodido de la situación de Miriam: imaginaos por un momento que la vida plácida, divertida y despreocupada que llevas en Gran Hermano se ve sacudida por dos llamadas de teléfono. La primera, dirigida al chico con el que roneas porque te pone mogollón pero que jamás lo admitirás, arroja un cubo de agua fría que te pone en alerta: el inocente tonteo que mantienes con él parece no verse tan inocente como tú crees. Es más, muy serio se debe ver cuando la ex del chico se molesta y dice sentir que se le está haciendo “mucho daño”.

En ese momento, se te cierra la boca del estómago y en el interior de tu mente rebota el nombre de tu novio, tu prometido, el tío con el que te casas en dos meses... o, al menos, ese era el plan. ¿Tanto te habrás pasado? ¿Habrás cruzado los límites? ¿Se te habrá notado que te mueres de ganas por abandonarte a la pasión y dejarte llevar en los brazos del apuesto joven que calienta tu cama mientras tu futuro marido espera en casa a que termines de vivir el sueño que tanta ilusión te hacía vivir? ¿La habrás cagado bien cagada, amiga?

De repente recuerdas que tú también tienes la posibilidad de llamar a una persona de fuera y, aunque tu primer impulso es llamar a tu chico para recordarle que le amas y que en Gran Hermano todo se magnifica, decides pecar de prudente y llamar a tu madre. Sabes que tu novio estará en casa mordiéndose las uñas hasta los codos, que probablemente se haya cagado en la virgen santísima unos cuantos pares de veces y que no tenga ganas ni siquiera de verte. Puede que hasta Mercedes le haya entrevistado... ¡o que incluso haya ido a Sálvame a ponerte a parir! Pero a pesar de todo esto decides no plantarle cara a la situación y llamas a tu madre.


Y al escuchar la voz de tu madre después de tantas semanas no lo puedes evitar y lloras desconsolada. Antes de que tú le preguntes, ella ya te dice que tu prometido está enfadado. No le gusta lo que estás haciendo, no le gusta ni un pelo, y lo hablará contigo fuera. Tus sospechas se confirman y te quedas destrozada, pero las palabras de tu madre te reconfortan. Sin embargo, dentro de ti hay algo que no se ha roto sino que, por el contrario, ha exhalado un tímido suspiro de alivio. No te has dado cuenta, pero ahí está, pequeño y discreto, esperando su momento.

Pasan las horas y los días y se te da la oportunidad de, esta vez sí, llamar a tu chico. Segundo contacto con el exterior después del mazazo de realidad de la otra noche en la que, para desgracia de tus hormonas, se cerró el grifo del coqueteo con tu compañero de encierro. Estás acojonada porque sabes que lo que te va a decir no te va a gustar, pero un inexplicable sentimiento de fortaleza y orgullo empieza a aflorar, justo desde ese ‘algo’ dentro de ti que el otro día no se atormentó por las palabras de tu madre.

Cuando llega el momento fatal, la noche en la que sabes que tu vida va a dar un giro y que se convertirá en algo diametralmente diferente a lo que era hasta ahora, te encuentras con un confesionario rebozado de publicidad, entre la que exhibirás tus miserias al mundo. En ese momento te das cuenta de que vives dentro de un circo, de una ratonera mezquina que te confunde y te hace ver las cosas distorsionadas, y que la realidad construida con tu novio y la casa en la que vivís es ahora un recuerdo borroso en el que no te puedes visualizar.


Su voz emergiendo de los altavoces del confesionario te devuelve a tu realidad y no puedes contenter el llanto. Él te dice que está dolido, que le has hecho mucho daño y que se ha dado cuenta de que no eres la mujer de su vida. “Tócate los huevos”, piensas tú, que estás convencida de que no has hecho nada tan malo como para provocar este drama. Pero las cosas son así, e intentas razonar con él. Te agarras al recurso granhermanístico de decir que “no has visto ni la cuarta parte de la mitad de lo que pasa aquí dentro”, pero no hay manera. La pena y el drama empiezan a convertirse en enfado y empiezas a hacerte la ofendida por el hecho de que el hombre de tu vida dude de tu amor hacia él. ¿Qué se habrá creído? ¡Pero si sólo te has arrimado un poco al otro! Vale, igual sin querer le has metido mano con alevosía pero, eh, era sólo para ver qué pasaba... ¡¡y no pasó nada!! Podría haber pasado, vale, pero no pasó... y no fue por falta de ganas, ¿a que no? Pues eso.

Total, que como empezabas a sentirte tú la víctima de esta situación, te saliste por la tangente y preguntaste por el estado de tus perros. Ahí, con todo tu coño. En ese momento te sentías como borracha, envalentonada por estar rompiendo una relación que, joder, por fin puedes decirlo, tenías unas ganas locas de que terminara. Hala, ya lo has dicho. Sí, querías dejarlo con Mai. Igor ha sido la excusa perfecta porque el tío te pone perraca y ahora sólo tienes ganas de salir de ese confe lleno de publicidad de Line y lanzarte a los brazos de Igor, claro que sí.


Llorarás un poco y te abandonarás al drama, que eso siempre queda muy bien, pero no tardarás a adoptar el discurso de “igual esto ha pasado por algo”, “pues quizá ahora soy yo la que no quiero volver con él” o incluso “yo también he tomado mis decisiones”. No sabes qué te encontrarás fuera cuando salgas el lunes (porque sabes positivamente que te vas a ir por el torno giratorio por el que entraste cagando leches), pero de momento seguirás desatándote y despiporrándote, a ver si hay suerte y hay meneo con Igor. Y si no, oye, tú tranquila que al menos tus perros están bien.

Qué jodido debe ser concursar en Gran Hermano, de verdad.

3 comentarios:

Belencio dijo...

Sencillamente brillante! No puedo agregar nada más! Soy fan de la caradura de Miriam y del eufemismo "pero si sólo me has acariciado la tripa" de Igor, ¿a eso se refería con "no has visto ni la cuarta parte"??? XD

lunny dijo...

¡Gracias Belencio! Se ve que para Igor, 'tripa' es sinónimo de 'pene'.

Anónimo dijo...

¡Chapó Lunny!

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