La debacle de Belén Esteban



Si hace unos cuantos viernes fuisteis tan losers como yo estábais en casa con Telecinco puesto, casi que ni hará falta que os ponga en antecedentes. Ese Deluxe ya pintaba tremendamente bien, pero ni en mis mejores sueños pude llegar a intuir la que se acabaría desencadenando en ese plató tan lleno de brillos, de laca y de señoras mayores emocionadas y al borde de la pérdida de orina por tener cerca a sus ídolos catódicos.

Belén Esteban reaparecía por septuagesimoquinta vez en su programa, esta vez para responder, aclarar y poner puntos sobre las íes en los diferentes frentes que tenía abiertos. Es decir, que no encontraron invitado de empaque que contase sus desgracias en el Deluxe y aprovecharon que tienen a la ex cuñada de Carmen Janeiro en nómina para que les sacase un poco las castañas del fuego, televisivamente hablando.

El robo que sufrió la Esteban en su chalé mientras ella estaba de asueto vacacional en Miami (desconozco si asesorando a Yola en su prometedora carrera en ultramar) era la excusa perfecta para sentarla en el Deluxe. Y por si la cosa no daba mucho de sí, también planearon que diese su punto de vista sobre la entrevista que dio Aurelio Manzano la semana anterior y que respondiese a lo que iba a decir el hermano de la Campanario en ese mismo plató minutos después.

Ni el robo de sus bragas y demás enseres personales, ni la entrevista a Aurelio Manzano y ni mucho menos el testimonio del hermano de la Campa llegaron a ser convenientemente abordados: la Esteban llegó al plató calentita y con un aura de mal rollo y confrontación que acabó materializándose en la madre de todas las peleas con una Lydia Lozano que apareció por plató sin saber siquiera a qué se iba a enfrentar.

Belén Esteban habría decidido esa mañana que todo el mundo iba a recibir su parte, por lo que no tardó en lanzarle un obús verbal a su compañera al calificar a su marido (el mítico Charly que todo el mundo ya conoce) de ‘mantenido’ y al insinuar que quizá debería ingresar en rehabilitación. La Lozano, que como aquel que dice venía directamente de zambullirse en la piscina de ¡Mira quién salta!, no podía creerse las acusaciones de la Esteban y arrancó una pelea de las que hacen historia y que terminó con la estrella de la noche arrancándose el micro y abandonando el plató.


En condiciones normales, esto no dejaría ser un mero arrebato peliculero por parte de la Esteban que se arreglaría con dos semanas de asueto vacacional y una enésima reaparición para comentar que ya ha superado sus dramas y que vuelve con más fuerza que nunca para ser la Belén divertida y simpática a la que todos idolatran. Pero esta vez es diferente porque, amiguitos, en Telecinco tienen miedo. “¿Miedo de qué?”, os preguntaréis vosotros, oh cultivados seguidores, mientras claváis vuestra pupila en mi pupila azul. Pues miedo de que Belén ya no vuelva.

Aunque la consigna ahora en Telecinco sea ni siquiera mencionar el nombre de Belén para no encabronarla aún más perjudicar su recuperación, me juego el cuello a que en Sálvame y Ana Rosa darían la mano derecha por poder hablar, especular, tergivesar, manipular e incluso fantasear en las razones que han convertido a una patéticamente divertida choni ignorante de barrio en la tía malencarada y sabelotodo que, pese a no reconocerlo, se cree lo más grande de este país.

Ya hace bastantes meses, me aventuraría a decir que incluso años, que la presencia de Belén Esteban en la tele y el uso que de ella se hace se ha salido tan de madre que ya no es posible encauzarla si no es desapareciendo del foco público por completo. Ella, gracias a su afán por vender sus miserias vitales porque en realidad no sabe hacer la O con un canuto, ha conseguido convertir su vida en un terreno perfectamente abonado para remover, escarbar y sacar todas las miserias, encaminándola peligrosamente a convertirse en la nueva Carmina Ordóñez.

Sus reapariciones, operaciones, ingresos, hospitalizaciones, separaciones y demás tragedias cotidianas han convertido a la que un día fue una madre coraje en una tipa soberbia y presuntuosa que ve tambalear su reinado en la tele tras ir perdiendo paulatinamente el favor del público. Porque estoy seguro de que ni siquiera se cree a sí misma cuando dice eso de que la tele puede dejarla cuando quiera. Ya, claro, como el farlopero que dice que puede dejar de meterse en cuanto se lo proponga.

Uy, fíjate qué comparación más curiosa.

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