Hubo una época en la que decir “Ambiciones” era sinónimo de hablar de opulencia, de señorío del sur, de fértiles tierras, de grandes extensiones ganaderas, de paseos en caballo, de una estirpe hecha a sí misma, de tronío, rejoneo y de tema de portada de revista del corazón. Hace varios lustros hubo una finca que surgió de la nada y que le arrebató a Cantora el liderazgo en el ranking de lugares del campo andaluz en el que los fotógrafos montaban guardia noche y día.
La figura de Jesulín de Ubrique, ese joven torero que pegó un petardazo sin precedentes en la España de los noventa (la misma que se emocionaba con Lo que necesitas es amor o se divertía con El gran juego de la oca), hizo que a su alrededor surgiera un berenjenal de familiares y parentela en busca de su ratito de fama, de sus quince minutos de notoriedad catódica, de ser relacionados con el chaval que hacía corridas sólo para mujeres en las que estas acababan lanzándole sujetadores y bragas.
Los posados de Jesulín con Currupipi, la tormentosa relación con esa joven madrileña que salió de la nada llamada Belén Esteban, la separación de Carmen Bazán y Humberto Janeiro, los posteriores líos del Tigre de Ambiciones con hembras llamadas Karina o Angelita, Carmen Janeiro y su lamentable empeño en convertirse en modelo -talonario y bisturí mediante-, el advenimiento de la Campanario y sus siniestros padres, las trifulcas por la custodia de Andreíta, el resto de hermanos Janeiro, Beatriz Trapote en sí misma, Laly Bazán y sus declaraciones poniendo a parir a la familia desde su piso de Barcelona cuando le faltaba dinero para ir al bingo... Ambiciones ha dado para mucho, pero sus tiempos de gloria ya pasaron: ahora queda una finca marchita y ruinosa en la que no entra dinero ni pidiéndoselo por favor.
Y todos sabemos que cuando un famoso se queda sin dinero sólo tiene dos alternativas: vender su drama por los platós que tengan a bien de darle un puñado de euros o participar en el reality de turno. La crisis económica y los aprietos monetarios en los que viven muchos de nuestros famosos ha provocado, para alegría y regocijo de productores y cadenas, que los famosos se hayan dado de hostias por participar en los que se adivinan como los nuevos fenómenos de la temporada televisiva: Splash, famosos al agua y Mira quién salta.
De hecho, tres miembros de la familia Janeiro están repartidos por estos dos programas (Jesulín en el de Antena 3, que se estrena esta noche, y Víctor Janeiro y Beatriz Trapote en el de Telecinco, cuyo estreno está previsto para el miércoles 13 de marzo) y la propia Belén Esteban ya soltó hace varios días en Sálvame que el padre de su hija cobrará 30.000 euros del ala por programa. Por otro lado, recordemos que Carmen Bazán forma parte ahora del plantel de colaboradores de Sálvame y la tienen ahí haciendo ejercicio y pasando hambre para que adelgace.
Si a eso le sumamos que el padre de la Campanario fue el viernes al Deluxe a arrojar mierda para alimentar el circo mediático alrededor de la familia, ya tenemos diseminados todos los ingredientes para que la familia Janeiro vuelva a estar en boca de todo colaborador televisivo que se precie gracias a los actos, charlas, acusaciones y hechos de cinco miembros de una misma familia.
De aquí viene el título de este post: miseria es lo que debe haber en Ambiciones, porque si cinco miembros de una misma familia tienen que lanzarse de repente al ruedo televisivo es porque el hambre aprieta. Que se lo digan si no a Yola, nuestro caso más flagrante de fuga de cerebros.
1 comentarios:
Luego iran quejándose de que les damos caña... Ainssss, CURRUPIPIIIIISSSS!!!
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