Mis series favoritas (II): Homeland



*Atención: esta entrada contiene spoilers de las dos primeras temporadas de la serie. No la leas a menos que hayas visto todos sus episodios.

Cuando en Homeland suena jazz, uno sabe que algo jodido va a pasar. Y cuando algo es jodido en Homeland, lo es de verdad: atentados, inmolaciones, intentos de magnicidio o conspiraciones internacionales contra Occidente orquestadas desde cualquier rincón de Oriente Medio. En medio de todo este berenjenal de intereses económicos, políticos, religiosos y bélicos nos encontramos con el que posiblemente sea el personaje televisivo mejor construido -y mejor interpretado- de los últimos años, con permiso de Don Draper: Carrie Mathison.

De la meliflua Julieta en la revisión pop que hizo Baz Luhrmann del clásico de Shakespeare allá por los noventa, Claire Danes se ha convertido en una de esas actrices que te hace creer a pies juntillas todos los actos y reacciones, por otro lado un poco increíbles, del personaje al que da vida. Carrie Mathison, que además de ser efectiva, obsesiva, dedicada y trabajadora está medio pirada, encuentra en el sargento Brody a su partenaire/némesis particular. Damian Lewis está a la altura interpretativa de Claire Danes, conjugando ambos un perfecto binomio protagonista que oscila entre el deseo, el odio, la caza, el juego, la desconfianza, el sexo, el amor, los celos y el desequilibrio mental. Vamos, lo que cualquier relación de pareja.

En su primera temporada, Homeland se descubrió como un thriller con un sólido arco argumental que prometía emociones a cholón: un marine rescatado tras ocho años de cautiverio en Irak resulta ser un infiltrado del archienemigo de Estados Unidos, Abu Nazir, una especie de Bin Laden perverso que tiene al país que inventó los frapuccinos en jaque. El problema es que eso sólo lo sabe una agente de la CIA con transtorno bipolar, quien luchará a brazo partido por demostrar que tiene razón y que el heroico sargento Brody es, en realidad, un terrorista de padre y muy señor mío que pretende atentar contra los Estados Unidos.

A una bien construida y coherente primera temporada con una tensión que fue in crescendo hasta explotar a la vez que la propia Carrie cuando Estes desmantela el panel de pistas sobre Abu Nazir que había montado en su casa, le siguió una segunda temporada en la que los giros, los cliffhangers, los descubrimientos y la intención de epatar constantemente fueron las características principales. Es decir, que de ser un thriller apasionante pasó a convertirse en una sucesión de revelaciones y sucesos clave al más puro estilo Lost que a mí, sinceramente, me parecieron precipitados.

Precipitados y poco creíbles, porque toda la historia de la captura de Abu Nazir en aquella fábrica ya olía a cuerno quemado desde el principio: ¿el enemigo público número uno de los Estados Unidos está en el país y se mueve tan ricamente? ¿El tío se oculta en una fábrica en el medio de la nada durante varios días y nadie se da cuenta de ello? ¿Una colaboradora de la CIA (que no agente, ojo, que la expulsaron de la agencia cuando le dio un Raquel Mosquera a finales de la primera temporada) organizando y gestionando un grupo de fuerzas especiales del FBI? ¿La misma colaboradora ordenando que retomen la búsqueda cuando no tiene autoridad alguna mostrando una insubordinación que en otros ámbitos sería intolerable? Pero, oye, es Homeland, y como la serie es la hostia nos olvidamos de que nos hace comulgar con ruedas de molino. Esa es la grandeza de esta serie: que por mucho que se sucedan los acontecimientos más inverosímiles, los giros más inesperados y las revelaciones más sospechosas, está tan bien interpretada, dirigida e hilvanada que te lo crees todo como si fuese dogma de fe.

Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Qué evita que Homeland sea la serie perfecta? Pues, aunque parezca una paradoja, su éxito. No sé si os habéis fijado, pero esta serie es la que ahora mola ver, igual que en su día fueron Lost o Breaking bad. Es de Homeland de quien los famosetes españoles hablan en Tuiter (aunque probablemente sea más postureo que otra cosa, ya que me cuesta imaginar a pencas como Romina Belluscio disfrutando de la serie cuando probablemente serían más felices viendo Dora la exploradora), la que recomendamos a ese familiar gris y aburrido que quiere hacerse el moderno con sus compañeros de la gestoría, la que ve tu madre. Eso provoca que los guionistas deban mantener el listón a toda costa e intentar estirar (o encadenar) hilos argumentales con maestría durante las temporadas que la cadena de televisión y los bolsillos de sus accionistas vean rentable producir. A veces sale bien (Dexter) y a veces sale rematadamente mal (Prison break, Heroes), y ahora Homeland está en ese punto crítico en el que puede convertirse en la octava maravilla o puede empezar a ir cuesta abajo y sin frenos.


Digo ahora porque la season finale de la segunda temporada es, claramente, un punto y aparte comparable al flashforward de Mujeres desesperadas al final de su cuarta temporada. Esa bomba que estalla en el funeral del vicepresidente Walden y se carga a medio elenco es algo más que un sorprendente incidente; es un reseteo de la serie a nivel global con el vídeo que se grabó Brody antes de su no-atentado como hilo conductor para justificar la huída del ex-marine y, en consecuencia, la continuidad de la serie.

¿Qué nos deparará el futuro de Homeland? Pues no tengo ni idea, pero esperemos que algo grande o que, al menos, no derive en un bucle de sinsentidos que nos haga desear que la bomba no hubiese estallado y Carrie y Brody se hubiesen largado a un remoto lugar a disfrutar de su amor y comenzar una nueva vida.

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