Programas que echo (mucho) de menos

Estaba yo hoy cagándome en todo lo cagable por motivos que ahora tampoco vienen al caso cuando dos palabras han aparecido por mi mente como setas otoñales en una mañana de noviembre (y olé): Mujeres ricas. Y no porque desee la riqueza absolutamente insultante de señoras como Mar Segura (¿os acordáis?), sino porque mi cerebro ya tiene estas cosas y a veces me salta el CD y paso de pensar en una cosa a pensar en otra.

Sea como fuere, al acordarme de Mar Segura, Mariana Nannis, Olivia Valère y el resto del rebaño caí en la cantidad de programas que no sólo me gustaban sino que incluso me fascinaban y que cayeron en el saco de programas olvidados en los que nunca nadie volvió a pensar jamás.

Uno de ellos es Mujeres ricas, un programa del que nunca supe por qué motivo jamás se llegó a grabar una tercera temporada. ¿Audiencia? Puede ser, porque el share que hacía no era como para tirar cohetes precisamente. Sin embargo, yo me inclino más por la posibilidad de que Olivia y Mar acabasen hasta lo que viene siendo el pepe (dicho finamente “el desto vaginal”) de que se les ridiculizara ante la tele cuando quizá ellas pensaban que participaban en un documental sobre los usos y costumbres de la riqueza española, como si de ñus en la sabana se tratase. Una pérdida enorme, lo miréis por donde lo miréis.

En la línea de Mujeres ricas también echo de menos a Princesas de barrio. Yo, que siempre he admirado lo choni desde una perspectiva así como de estudio antropológico, estaba encantado de tener al rebaño de technocharis de periferia dando tumbos por sus ciudades mostrándonos sus quereseres su día a día y sus inquietudes (si es que tienen alguna más allá de encontrar aros de gran tamaño para colgarse de las orejas). Y es que la imagen de la que cantaba con el pelo cardado arrastrándose por una casa abandonada mientras el marido le aguantaba el radiocasete con su temazo jamás podrá borrarse de mi mente.

Sin duda otro programa que cayó en desgracia y del que jamás se supo era Ven a cenar conmigo. Joder, qué fan era yo de ese programa. Cinco desconocidos competían por ser el mejor anfitrión al recibir en sus casas a sus contrincantes y tenerles que preparar un ágape que les dejase patidifusos. La cosa empezó en plan guay con gente que hacía micuits de foie, crujientes de manchego o espejos de piña hasta acabar en manazas que de cocina sabían lo que yo de neurocirugía y preparaban unos macarrones con tomate gratinados y se quedaban tan contentos. Duró como ochocientas semanas de manera absolutamente ininterrumpida, pero algo pasó que desapareció de la parrilla y yo me quedé cojo de reality culinario.

Pero el que echo más de menos es, sin lugar a dudas, el mayor concurso jamás parido en televisión: ¿El Lingo? No. El gran juego de la oca. Ese circuito mayúsculo, esas pruebas, esa piscina en la que varios por poco se mueven, esa jaula, el barbero loco, las puertas... Eso era tele, cojones, y no lo de ahora. Yo sigo y seguiré reclamando que vuelva El gran juego de la oca, con su ballet y todo, y estoy seguro de que muchos nos pegaríamos por participar en él.

Ah, esos programas cancelados... sí, yo fui uno de los que tuvo durante semanas metida en su cabeza la cancioncilla de Natasha Romanov: Baila, baila tu piel morena, bajo el sol de Marbella…