Pobre Bárbara

Hoy es viernes, viernes por la tarde para ser más exactos, pero lejos de estar exultante por la cercanía del asueto semanal estoy de bastante mal humor porque anoche terminó Acorralados para mucha gente: sí, amigos, la expulsión de Bárbara Rey ha sido lo peor que podría pasar y, en efecto, ha pasado.  La intérprete de Señoras, señores se fue de la casona con cara de ajo aunque satisfecha de tener en el programa a una nuera que la defiende y fuera a una hija que la espera como agua de mayo.

Y es que ayer Misofi tenía motivos para estar contenta: salía su amada madre después de dos semanas en el reality y casi toda la gala giró alrededor de ella y de su cama. Concretamente, alrededor de la persona que mete en ella: Nagore. Porque no me negaréis que la gala de ayer hizo más por la visibilidad lésbica que las diez temporadas de Friends juntas.

Más allá de la apoteosis amatoria entre Misofi y Nagore (que si te quiero mi vida, que si fíjate cuánto te echo de menos, que si eres lo mejor que me ha pasado en el último año…), hubo otro tema que paralizó España anoche, y no me refiero a los estilismos de Antonio David Flores para andar por la granja: estoy hablando del drama vital de Sonia Baby, cuyas vicisitudes vitales muchos ignorábamos.

Jorge Javier Vázquez hizo gala de esa perversidad que le late bajo las capas de tejido adiposo que intenta reducir con el Obegrass cuando empezó a pinchar a Sonia para que contase (gratis) lo jodida que había sido su vida so far. Con preguntas del tipo “porque tú lo pasaste muy mal en la vida, empezaste a trabajar muy joven, ¿no?”, nos enteramos de que el padre de Sonia se quedó incapacitado cuando ella era muy pequeña y tuvo que ponerse a hacer zapatos con sólo 6 años para que entrase algo de dinero en su casa, donde vivía con sus ocho hermanos.

Pero cuando todo el mundo contuvo la respiración fue cuando confesó que hacía pocos años que había aprendido a leer y escribir y que tan sólo hacía unas semanas que sabía multiplicar. Entre este drama vital y el grano del tamaño de Alcobendas que la chica lucía en su rostro, debo confesar que yo estaba con el corazón en un puño hasta que entró el perrete de Sonia, un bulldog francés con cara de llamarse Ana Rosa que fue la delicia de todos los concursantes.

Tuvimos también tiempo de saber que a Blanca de Borbón había sufrido una diarrea galopante tras beberse cuatro tazas de leche recién salida de la vaca (hay que ser boba, hasta que yo soy más de ciudad que los tornos del metro sé que la leche de verdad es más indigesta que veinte empanadillas de morcilla) pero que luego ya ha vuelto a su estreñimiento habitual, cosa que no sé si me tranquiliza pero, en cualquier caso, me es menos desagradable que ver a esta mujer metida en los cagaderos de Acorralados con Leticia, Brenda y Sonia fuera dando palmas y riéndose de sus ventosidades.

Hablando de ventosidades, Leticia Sabater bajo ayer un par de peldaños más en la escalera de la dignidad al reconocer que daría su brazo derecho por conquistar a Reche, ese sujeto que de vez en cuando habla y que el superior campo visual de Leticia considera un apolíneo muchacho. A la creadora del Letirap tan solo le hizo falta arrastrase por la paja, arrancarse el sujetador con los dientes y suplicarle a Reche que le eche un polvo, aunque sea por compasión. Lamentable.

Las nominadas de la semana (yo no sé qué pasa que sólo las tías salen nominadas) fueron Blanca de Borbón, la madre de Aída y Sonia Baby, a quien de poco le sirvió el drama. La capataza de la semana es Nagore, que consiguió imponerse a ese adalid de la elegancia que es Brenda en la prueba que debieron disputar.

¿Qué te pareció la expulsión de Bárbara Rey?