Vale, ya aviso: este no va a ser un
post sobre Pekín Express. He decidido aplazarlo porque
hoy en mi cabeza sólo retumban los ruidos de una lijadora eléctrica,
un taladro y varios martillos. ¿Me he dado mechas como Lydia Lozano
y me dejado el tinte demasiado tiempo, razón por la que ahora mi
cerebro hace cosas raras? No. Tengo obras en casa.
De hecho, hoy se me han venido a la
cabeza dos imágenes, dos. He mezclado los episodios finales de Aquí
no hay quien viva en los que Juan y la Hierbas deciden hacer obras en
casa y eso se convierte en el campo de Bramante con cualquier
episodio elegido al azar de Manos a la obra, esa serie tan tras de
finales de los noventa que ahora, inexplicablemente, repone Nova.
Tener obras en casa es una putada de
las gordas. De repente tienes que tapar todas tus pertenencias a
pesar de que sabes que eso no solucionará nada –la mierda
atraviesa las sábanas viejas, los plásticos e incluso las carcasas
de mithril o acero valyrio- o adaptar tus horarios, usos y costumbres
al de unos operarios que dicen que hacen un horario pero que vete tú
a saber si en realidad lo hacen, porque tú te encuentras en el
trabajo pensando que tu casa está tomada por tíos que puede que
estén haciendo obras o viendo MarcaTV sentados en tu sofá con una
de tus cervezas en la mano.
Hoy, como siempre, estoy escribiendo el
post en la oficina, pero lo subiré desde casa: podéis imaginarme en
una casa sin puertas, rodeado de esquirlas de madera y serrín por
los suelos, picaportes en las esquinas y más mierda que en casa de
Lali Bazán. De hecho, yo mismo me he recordado cuando la Hierbas
decidió quedarse en su casa a pesar de las obras y amanecía con un
subidón que ni Nati Abascal en una fiesta de Moët Chandon gracias a
los efluvios que pegamentos, productos, barnices y pinturas
desprendían.
A pesar de todo el drama, hoy es mi
primer día de obras. Pero podría estar peor, ya que podrían
aparecer en mi casa dos agentes de los Mossos d’Esquadra, detenerme
y llevarme al cuartelillo… que es precisamente lo que le ha pasado
al Dioni en Acorralados. Se ve que hoy, mientras los especímenes que
moran en esa casona vagaban y hacían sus cosas de granjeros
aficionados, irrumpió la Guardia Civil con órdenes de llevarse al
Dioni. Y no, no era por un furgón blindado.
Y es que a Dionisio Rodríguez (que así
se llama el señor cuyo peluquín sirve tanto para ocultar la
calvicie como para quitar el polvo del mueble de la tele) se lo
llevaron al juzgado asturiano de Piloña para prestar declaración
por el presunto delito de conducir borracho. Tras eso, el Dioni pagó
su multa como un señor y le fue retirado el carné de conducir
(tampoco es que le vaya a ser de demasiada utilidad en la casona de
Acorralados, porque allí lo máximo que va a conducir es a la vaca
de camino al pasto), para después volver al programa como si nada
hubiese pasado.
A mí me hacen mucha gracia los
realities de famosos de Telecinco en los que los concursantes van y
vuelven a la civilización como quien baja a por hielo a la
gasolinera: acordaos de las idas y venidas de Aída Nízar en este
Supervivientes, o del conflicto del desplazamiento mamario de
Tatiana, o incluso de aquel concursante de hace dos ediciones de
Supervivientes que se tiró como dos meses sin cagar y tuvieron que
llevarle a España a desembozarle.
¿Veremos la detención del Dioni en
los resúmenes de Acorralados? ¿Terminarán las obras en mi casa y
mantendré yo la salud mental?
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